Home Anàlisi Podemos: ¿realidad o ficción?

por Carlos Mascarell (@JrMasca)

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El principal reto de Podemos será articular sus propuestas dentro de la realidad política, económica y social en un mundo globalizado, para que sus propuestas no tengan el efecto contrario al deseado, provocando una reducción del bienestar.

El partido del ya flamante Secretario General, Pablo Iglesias, se postula cómo el partido de moda en España, siendo la fuerza que obtiene la mayor intención de voto directa según la última encuesta del CIS. Sin embargo, habrá que ver hasta qué punto los datos son una señal de una verdadera explosión del sistema de partidos en España o una situación coyuntural en la que la ciudadanía castiga a los dos grandes partidos, sin realmente creer en Podemos como alternativa a medio y largo plazo.

Ahora la pregunta clave es ¿será capaz Podemos de articular, de forma inteligente y sin el mesianismo y el populismo del que a veces se le acusa, sus propuestas de cambio con la realidad política, económica y social en un mundo globalizado? Porque gobernar es articular propuestas de manual en una realidad compleja para que éstas tengan el efecto perseguido, sin que el dogmatismo lleve al efecto contrario en función de los movimientos del resto de jugadores (empresas, inversores, ciudadanos, etc.). Cuestión de resultados como muy bien apuntaba Antonio Roldán Monés en este artículo publicado en El País el mes de agosto pasado: http://goo.gl/jZtPyZ ¿Los tendrá?

Parece que la estrategia de Podemos es salir a ganar, pero, en el caso de que no fuera así, ¿estaría dispuesta a establecer algún pacto de gobierno renunciando al purismo ideológico con el objetivo de conseguir ciertos objetivos de su programa en beneficio de la sociedad española? De momento tiene mucho que perder y poco que ganar y, por ello, no quemarán cartuchos antes de tiempo y, si hace falta, se presentarán a las elecciones bajo otras siglas al estilo “Ganemos”. Sin embargo, si en el futuro se postula como la eterna tercera fuerza sin conseguir fuerza suficiente para gobernar en solitario, tendrá que decidir si ser el partido anticasta que influye indirectamente las iniciativas gubernamentales o, por el contrario, el partido clave con sentido de estado, dispuesto a asumir contradicciones y costes de oportunidad.

Hasta ahora todo es entusiasmante porque están en el banquillo esperando para salir a jugar, diciéndole a la gente – harta de corrupción, desempleo y miseria- lo que quiere oír en frases cortas y contundentes, en muchas ocasiones sin profundidad argumental, como bien apunta Santos Juliá en Mucha frase, ningún discurso. Entre otras cosas, tendrá que estar seguro de que la subida de impuestos (y la prohibición de despedir en caso de beneficios) a sociedades no provocará una huida de muchas empresas, así como una pérdida de puestos de trabajo e ingresos para los caudales públicos y, por tanto, un menor bienestar y servicios públicos para la ciudadanía.

Con una estructura económica muy perjudicada, tendrá que estar seguro de que podrá aumentar la actividad económica y los ingresos lo suficiente, como para poder reducir la jornada laboral a 35 horas, la jubilación a 60, así como para pagar más pensiones por la subida que propone (y por el un contexto de envejecimiento creciente de la sociedad). Además, deberá decirles a los españoles como financiará una renta básica, la subida del salario mínimo sin una huida de capitales y empresas, así como sin una pérdida puestos de trabajo.

Tendrá que explicar también cómo financiará el control del estado de todas las escuelas, los hospitales, los sectores estratégicos de la economía (garantizando el agua, la luz y la calefacción por parte de empresas públicas) reduciendo, a la vez, repito, la edad de la jubilación y la jornada laboral a 35 horas, entre otras cosas.

Por ejemplo: ¿creen que subir el salario mínimo, incurriendo en mayores costes laborales para las empresas, reduciendo la jornada laboral a 35 horas e instaurando la prohibición de despedir en caso de beneficios, implicaría contratar más? Más bien al contrario. Podemos deberá explicar la relación de causalidad entre sus propuestas y los resultados esperados, y cómo pretende cambiar la estructura económica para generar ingresos y cómo contrarrestará las externalidades negativas de las medidas económicas apuntadas, las cuales podrían tener un efecto contrario al deseado.

En éste sentido, a pesar de que la gran mayoría de las propuestas respecto a la regeneración democrática (limitación de mandatos, control de puertas giratorias, aumento de la tipificación del delito fiscal, etc.) respecto al establecimiento de una fiscalidad más justa y equilibrada en la que la clase media no cargue con gran parte del esfuerzo fiscal, o que todo el mundo pague lo que le toca (España tiene un déficit fiscal de 80.000 millones de euros), son más que necesarias; la economía no es una ciencia cierta en la que las medidas tienen una relación de causa efecto directa y automática como si de un manual de instrucciones de Ikea se tratara.

Por otro lado, ¿serán capaces también de proponer medidas de modernización necesarias quizás no tan propias de los sectores progresistas (como dicen que no son ni de izquierdas ni de derechas)? ¿Qué pasa con la introducción de incentivos privados también en el sector público para hacerlo más flexible y dinámico? Por ejemplo: ¿nos parece justo que los trabajadores públicos tengan un puesto de por vida y salgan a la calle cuando se quedan sin paga doble mientras que en el privado te echan a la calle sin más? ¿Es eso solidaridad de izquierdas? Tengo mis dudas. ¿Y con la renta básica, ¿eliminaremos el paro e introduciremos incentivos para condicionarla y limitarla para que la gente busque trabajo o se forme? ¿Creen que con déficits anuales del 5% y una deuda pública (considerando que quieren aumentar el gasto público) y privada disparadas, alguien nos prestaría un euro para financiar todas esas medidas sin un estructura económica y productiva capaz de hacer frente a semejantes reformas? Realpolitik, equilibrio inteligente y estructura económica. Ya verán cómo el programa no irá mucho más allá de lo que ya sabemos.

Podemos deberá ser capaz de cambiar la estructura económica del país para poder permitirse lo que pretende y, para ello, deberá incurrir en medidas que quizás se alejan a bote pronto del dogma con el que se la identifica. ¿Introducirá medidas de incentivo fiscal a empresas de alto valor añadido, respetuosas con el medio ambiente, con la responsabilidad social corporativa, así como a emprendedores, y start-up? O por el contrario, ¿ todas las empresas son malas y los emprendedores niños de papá? ¿Introducirá medidas de incentivo para la modernización de los sindicatos y el sector público al estilo escandinavo? ¿Propondrá reformas en la educación y facilitará la actividad privada y el fortalecimiento de la industria tecnológica y del reciclaje como fuentes de crecimiento para el futuro?

Lo digo porque, a pesar de la necesidad de reducir la desigualdad, crear una economía más sostenible y justa, así como un estado del bienestar más redistributivo y transparente, no implica siempre que la gestión pública, la nacionalización, la privatización o impuestos más altos sean las mejores formas de llegar a esas metas, sino más bien un equilibrio inteligente entre el sector público y el privado, que garantice un contexto propicio para la inversión y, a la vez, mayor igualdad de oportunidades y justicia social. El reto será, por tanto, saber utilizar los tiempos y analizar bien que el remedio no acabe convirtiéndose en algo peor que la enfermedad.

Uno de los grandes argumentos de Podemos es su lucha contra la política de austeridad. Si bien podemos discutir sobre los tiempos mal administrados de los ajustes, la mala distribución de los esfuerzos entre los diferentes estratos de la sociedad y la falta de medidas complementarias para contrarrestar los efectos negativos sobre el crecimiento de ésta; la pregunta es si había alternativa para mantener el nivel de gasto, los servicios públicos y el estado del bienestar tal y como estaba.

En este sentido, la economía española se ha sustentado hasta 2007 en una estructura económica insostenible y artificial, que se articulaba bajo una gran burbuja inmobiliaria que alimentaba indirectamente a muchos sectores de la economía, aumentando los costes laborales unitarios (salarios) por encima del potencial económico y la productividad de la economía española. Y el estado de bienestar español, a través de unos mayores ingresos por esa actividad privada eufórica (para financiar los servicios públicos) en un contexto de falsa bonanza económica, erigió una estructura de bienestar desproporcionada respecto al verdadero potencial económico que la sustentaba. Cuando la burbuja estalló, los ingresos del estado se redujeron y las cuentas ya no cuadraban. ¿Alguien podría explicarme –más allá de los tiempos, las partidas presupuestarias a recortar y la nefasta redistribución de los ajustes entre estratos sociales (rescates bancarios millonarios por parte del sector público a tipos insostenibles, ninguna responsabilidad política, etc.) entre otras cosas–, como manteníamos el chiringuito?

Y no me digan que un cambio en el impuesto de sociedades, en el IRPF, la creación de un impuesto sobre transacciones financieras o la lucha contra el fraude (como si fuera tan fácil luchar contra él en un mundo globalizado) son la solución –que también–, porque la economía por desgracia, repito; no es una ciencia de causa-efecto inmediato sin externalidades negativas. Pero sobretodo, porque el problema es de estructura económica y cultura política para sostener un modelo que supera al escandinavo en sus planteamientos respecto al Estado de Bienestar. No lo duden, España como país se ha emborrachado por encima de sus posibilidades y, la sociedad en conjunto, necesitaba una limpieza de estómago. Lo que hemos hecho mal es quién, cómo y cuándo se tomaba el ibuprofeno al día siguiente entre quienes trajeron el alcohol malo, quién bebió encantado comprándose una casa en Marina d’Or y quién ni siquiera bebió.

Por desgracia, mañana necesitamos que nos sigan prestando para poder seguir manteniendo las pensiones y ello no depende sólo de si cada uno paga lo que le toca o si aquél debería pagar más que yo, sino de si quien nos puede ayudar a salir del atolladero percibe que seremos capaces de devolvérselo o no y de si el sector público será capaz de aguantar el tirón con una estructura económica nefasta, con un 25% de paro que durará unos años y con más de un 100% de deuda pública y privada. Quiero decir, ¿están seguros de que hubiéramos podido mantener las cosas como estaban, con las medidas que propone Podemos sin más, y sin hacer un solo ajuste (aunque diferente)?

Lo dudo. Y menos teniendo en cuenta que, respecto al cambio de estructura económica, en general, los políticos, incluidos los de Podemos, dicen más bien poca cosa.

Más allá de la necesidad de unos tipos de interés más moderados en tiempos de la burbuja (deberes mal hechos por parte del BCE) para los países del Sur de Europa, de la incapacidad del BCE de hacer de prestamista de última instancia, de una desregulación impresentable de los mercados financieros y de muchas cosas más que se han hecho mal; Podemos deberá enfrentarse a la Realpolitik si las cuentas no cuadran y si quiere sacar adelante sus propuestas financiándose en los mercados. Iglesias, Errejón, Monedero y compañía deberán sentarse largo y tendido para diseñar un plan mágico capaz de cambiar la estructura económica de un día para el otro y convertirnos en la Suecia del Sur sin ningún coste. ¿Ven algo de todo ello en Podemos hasta el momento?

El problema, por tanto, es el fracaso de la socialdemocracia de tener un relato propio sobre la crisis, un relato en el que el ajuste (y los tiempos) se hubiera hecho de forma más equitativa entre los estratos de la sociedad, en el que la burbuja inmobiliaria hubiera sido pinchada cuando tocaba, en el que se hubiera hecho una reforma educativa y fiscal en profundidad. Un relato, en el que el gasto en defensa hubiera sido sustituido por el gasto en I+D o en dependencia, en el que la lucha contra el fraude fiscal hubiera sido bandera, en el que los más desfavorecidos hubieran sido protegidos del embiste de la crisis desde el principio. Un relato en el que se hubiera defendido la inversión en sectores de alto valor añadido, en economía real, en energía sostenible.

Sin embargo, la socialdemocracia ha sido incapaz de dar respuesta al reto de tener su propio relato, y ha apoyado una economía de pelotazo, de rentabilidades cortoplacistas y riesgosas en mercados financieros preocupados sólo por la maximización de rentabilidades a través de subprime, derivados y futuros. Una economía de casino que dejaba nuestro futuro en manos de gánsteres del dinero fácil. Ahora, ¿es Podemos la alternativa que se necesita?

La economía es un sistema de vasos comunicantes en el que, por poner un ejemplo (comprensible para la izquierda), cuando subes los impuestos, el estado puede ingresar más, pero sólo si la actividad económica se mantiene. Sin embargo, se da el caso que al subirlos, la gente deja de consumir o las empresas de producir y contratar (dependiendo de si hablamos de IRPF o de Sociedades), la actividad económica se reduce, el estado no ingresa (a pesar de haberlos subido) y el bienestar (y, por ende, el trabajo) se reduce. Y, así, a la inversa para propuestas propias de la derecha, en todas sus vertientes macroeconómicas y monetarias, con pros y contras para todas y cada una de ellas.

Con todo ello no quiero decir que no sea necesaria una reforma del IRPF para hacerlo más equitativo, la necesidad de crear un impuesto sobre las rentas del capital o la de reformar las SICAV, entre otras muchas cosas interesantes que propone Podemos, sino simplemente que ojo con la fe en los automatismos de manual de economía al hacer propuestas. Porque los manuales no nos llevan siempre a lo que se quiere.

Lo difícil por tanto es hacer justamente eso, propuestas inteligentes, equilibradas y profundas que den resultados pero que quizás en la retórica no entusiasmen porque no señalan a Merkel, los ricos o la corrupción como culpables. Siempre son ellos cuando las cosas van mal, aunque compremos iPhones, iPads y llevemos ropa de ZARA.

Eso sí, vender, vende mucho más el relato de Podemos que el de cualquier otra propuesta de izquierda, porque es lo que la gente es lo que quiere oír, sin matiz alguno, y porque la socialdemocracia no ha hecho los deberes.

El reto de verdad de Podemos, por lo tanto, será transformar dicho relato de manual de instrucciones en realidad para beneficio de la sociedad, y es ahí, donde veremos si Podemos se trataba de realidad o ficción. ¿Serán la nueva socialdemocracia de los ’70 para el siglo XXI o el eterno candidato a construir un mundo mejor con sólo un buen manual de instrucciones bajo el brazo? Ojalá sean lo primero, ojalá.

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