Home Anàlisi Elecciones municipales 2015: ¿la victoria de la nueva política?

por Carlos Mascarell (@JrMasca)

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  • Si una conclusión clara podemos sacar del resultado global de las elecciones municipales en España, es que se consolida la fragmentación, pero sobretodo, que un nuevo eje más allá del tradicional “izquierda-derecha” parece consolidarse también; esto es, “la vieja vs la nueva política”.
  • En un contexto altamente fragmentado, “la vieja política” deberá renovarse y pensar cómo adaptarse a la demanda de la ciudadanía, de que hay que hacer las cosas de forma distinta (mayor transparencia, honestidad, etc.). “La nueva política”, por su parte, deberá entrar en el juego del poder, cometiendo errores, asumiendo costes de oportunidad, así como definiendo posiciones claras y desgastándose. Dependiendo del resultado de los pactos y de las elecciones generales (que previsiblemente se celebrarán en otoño de este año), veremos si estamos ante un nuevo sistema de partidos a medio–largo plazo o ante un nuevo castigo de la ciudadanía a los mayoritarios.
  • La fragmentación nos da la oportunidad de dialogar más, así como de introducir nuevas ideas en el debate que permitan establecer un marco institucional mejor, el cual aumente la calidad de nuestra democracia, así como la vida de la ciudadanía. Si se explica bien el porqué de los pactos, el cómo, así como las líneas rojas de cada uno, nos encontraremos ante una democracia más compleja pero más sana y plural. Ello requiere informarse mejor, fiscalizar más a nuestros gobernantes y ser responsables, honestos y coherentes con la ciudadanía a la hora de establecer pactos.

Las negociaciones que se están llevando a cabo en multitud de comunidades autónomas y municipios de España demuestran lo poco acostumbrados que estamos en España al consenso, así como a las incoherencias, contradicciones y a veces esperpénticas consecuencias de la lucha por el poder. En éste contexto, la conclusión relevante de las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo, es la aparición de nuevas fuerzas y confluencias, a izquierda (sobretodo) y derecha, que se encuentran en su lucha común contra “los males” de la vieja política. Ciudadanos, Més per Mallorca i Menorca, Pi, Compromís, la CUP, Podemos, Barcelona en Comú o Ahora Madrid, entre otros, son algunos pocos ejemplos de que más allá de la lucha puramente ideológica, nos encontramos ante un nuevo eje que marca tendencia.

Si nos fijamos sólo en los casos de tres de las ciudades españolas más grandes, Madrid, Barcelona y Valencia, observaremos que ese nuevo “eje” desplaza relativamente el tradicional eje izquierda–derecha. A pesar de tener propuestas similares en muchos temas respecto a los estandartes de “la nueva política”, la ciudadanía castiga a aquellos viejos partidos que llevan más tiempo en la arena política española, así como a aquellos que gobiernan.

Diferencial de votos entre partidos en las elecciones municipales de 2011 y las de 2015.

euSi bien IU, ICV, Equo o UPyD, entre otros, llevan varios años en la escena política, no ha sido hasta la irrupción de esas nuevas fuerzas aglutinadoras y de confluencia, las que, por un lado, han catapultado a dichas formaciones hacia cuotas de voto importantes. Y a la casi desaparición, por el otro (como en el caso de IU o UPyD en casi todas partes), a otras. Las tres ciudades son el paradigma de que nos encontramos ante un nuevo eje que se retroalimenta y enfrenta a aquellos “de siempre” y a “los nuevos”, a izquierda y derecha y, más allá del contenido de sus propuestas.

Si analizamos al detalle algunos de los postulados de todos esos nuevos o desconocidos de la política española, veremos que coinciden en algunas de sus propuestas, a pesar de sus diferencias ideológicas. Y en algunos casos, incluso adoptan posicionamientos ambiguos. Una especie de populismo en determinadas materias, que da una de cal y otra de arena, manteniendo su ataque a “los de siempre” como uno de sus ejes centrales.

En otras palabras, a pesar de tratarse de partidos radicalmente opuestos en temas de economía o de políticas sociales, se cruzan en el eje de la “nueva política” respecto a sus medidas anticorrupción, de renovación democrática o transparencia. Además, tienen algunas propuestas que en otros tiempos hubiéramos atribuido como propias del otro bando. Un fenómeno tachado de populismo por algunos que ya se viene dando en otras partes de Europa, como Francia, Finlandia o Reino Unido.

Si bien no se trata de una revolución completa del sistema de partidos español, ya que las fuerzas tradicionales siguen manteniendo una cuota de poder mayoritaria, los años de crisis y políticas impopulares de gobiernos del PP, PSOE y sendos partidos regionalistas, le pasan factura al bipartidismo y los partidos tradicionales. La pérdida de ciudades como A Coruña, Valencia, Santiago, Barcelona o Madrid, es un buen ejemplo de ello.

Enmarcados en un contexto de crisis económica profunda, el sistema de partidos tradicional ha sido incapaz de dar respuesta a corto plazo a las consecuencias de la crisis. Si a ello le sumamos la corrupción, el clientelismo o la falta de transparencia por parte de los partidos tradicionales, entenderemos qué esta pasando.

Si bien las elecciones al Parlamento Europeo fueron la primera señal de un cambio potencial en el sistema de partidos español, parece que estas elecciones municipales son la señal de una posible consolidación de la fragmentación y de ese nuevo eje llamado “nueva política”.

A pesar de que la fragmentación le añade complejidad al sistema (de información, de atribución de responsabilidades, etc.), complicando la gobernabilidad y la estabilidad política, la democracia española sale fortalecida. La irrupción de Ciudadanos y Podemos como nuevas fuerzas representativas del paradigma de la “nueva política”, son una buena noticia para la democracia española, ya que refrescan el debate, el diálogo y la democracia.

La pregunta clave ahora es si verdaderamente nos encontramos ante la consolidación de un sistema de partidos más fragmentado a medio/largo plazo, o sólo ante un nuevo castigo de la ciudadanía a los partidos mayoritarios. Falta por ver, también, si el nuevo sistema de partidos español se consolidará también a nivel nacional y, sobretodo, qué consecuencias tendrá la necesidad de establecer pactos para garantizar la gobernabilidad a nivel municipal en el futuro del sistema de partidos.

En éste sentido, los representantes de “la nueva política” no lo serán siempre, con lo que deberán cumplir las expectativas para no generar aún más desafección. Dependiendo del cómo y con quién esos nuevos actores con representación política empiecen a “mancharse las manos de sangre” gobernando en coalición aquí y allá, el poder les pasará también factura. A pesar de los retos que supone el nuevo panorama por tanto, el nuevo tablero que se nos presenta es positivo para la democracia española en su conjunto. Por varias razones.

Cuando las mayorías absolutas desaparecen, hay que negociar, dialogar, y encontrar acuerdos para gobernar, aportando frescura y nuevas ideas. Ello, sumado a un eje izquierda–derecha cada vez más difuso y a una mayor complejidad respecto a la atribución de responsabilidades, provocará que haya que informarse más y mejor, así como fiscalizar más en profundidad a nuestros gobernantes.

La necesidad de pactar provoca que los partidos tengan que renunciar a sus posturas más “propias” y radicales, abriéndose a nuevas formas de ver las cosas que benefician el debate y la renovación. Pero sobretodo será positivo tanto para los partidos tradicionales como para los representantes de “la nueva política”. Por un lado, “la vieja” política deberá renovarse y pensar cómo adaptarse a las demandas de la ciudadanía, la cual pide que hay que hacer las cosas de forma distinta (mayor transparencia, honestidad, rendición de cuentas, etc.). Mientras que por otra parte, obliga a la “nueva política” a entrar en el juego del poder, a cometer errores, así como a incurrir en costes de oportunidad y a definir sus posiciones a veces ambiguas desde el desgaste del poder.

Un nuevo escenario, en el que dependiendo de la actitud de los partidos, así como de la ciudadanía respecto a su capacidad de adaptarse y entender las implicaciones del nuevo escenario (renunciar a máximas, aceptar que no gobierne la lista más votada, ser responsables a la hora de determinar los pactos, etc.), determinará si nos encontramos ante un proceso de transición real hacia un nuevo sistema de partidos, más complejo y volátil, pero con más ideas y diálogo, o si se trata simplemente de un terremoto temporal de los “nuevos viejos” contra los “viejos de siempre”.

La fragmentación nos da la oportunidad de dialogar más, así como de introducir nuevas ideas en el debate que permitan establecer un marco institucional mejor que aumente la calidad de nuestra democracia, así como la vida de la ciudadanía. Si se explica bien el porqué de los pactos, el cómo, así como las líneas rojas de cada uno, nos encontraremos ante una democracia más compleja pero más sana y plural. Ello requiere informarse mejor, fiscalizar más a nuestros gobernantes y ser responsables, honestos y coherentes con la ciudadanía a la hora de establecer pactos.

Estén a la altura y demuestren que gana la democracia, el diálogo y la ciudadanía.

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