Home Comunicació Maquiavelo: ¿plata o plomo?

per Silvio Falcón (@silviofalcon)

O aceptas un soborno o pasas a mejor vida. Este chantaje, tan simple como brutal, constituía la regla de oro del código de actuación del cartel de Medellín –allá por los años 80-. La ley de la plata o el plomo pretendía involucrar –con éxito- a miembros del gobierno, de la política y del ejército colombiano en la actividad delictiva que promovía el narcotráfico. Comprar el silencio o garantizarlo a través de la violencia. Una amenaza de muerte como garantía de éxito del soborno. El modus operandi impuesto y diseñado por el Patrón.
La serie americana Narcos se ha convertido en un fenómeno global que ha convertido al entonces líder del cártel de Medellín –Pablo Escobar- en una suerte de icono comercial. Su código de conducta mafioso ha pasado a ser una frase fetiche, presente incluso en nuestro ambiente cotidiano. La fascinación en relación a la figura del narco colombiano nace, probablemente, en lo controvertido de su biografía.

La popularización de la historia de Escobar ha llegado al público general (hasta convertirse en mainstream) principalmente a través del mundo audiovisual. En 2009, la colombiana Caracol Televisión estrenó Escobar, el patrón del mal, de enorme éxito en aquel país. 113 episodios que repasan la vida del narco –los expertos dicen que con mayor acierto que la serie americana-. Posteriormente llegó Narcos, que en sus dos primeras temporadas narra la historia del Patrón. El sector editorial también ha acogido multitud de obras sobre este personaje, pero sin duda los libros de Juan Pablo Escobar, hijo del narco, son los que mayor éxito de ventas han cosechado.
Pablo Escobar era un lobo solitario. Aun así, era capaz de trazar acuerdos y alianzas con sus competidores más cercanos, asumiendo como propias las decisiones más importantes y complejas. Arriesgaba parte de su crédito y de su patrimonio para proteger a los que jugaban en su equipo. Una especie de paternalismo narco, que recuerda inevitablemente al honor de la mafia que podemos ver en el cine de Ford Coppola. El narco ejercía un liderazgo absoluto en términos estratégicos y organizativos, aunque posteriormente sus socios se quedasen para si una parte del pastel económico. Si el cártel de Medellín tenía un CEO, ése era Pablo Escobar.

La estructura descentralizada de una organización criminal como el cártel de Medellín generaba necesidades y problemas comunes. La agregación de intereses obligaba al entendimiento. Una ventana de oportunidad que fomentó que se trazaran numerosas alianzas y que permitió el liderazgo del Patrón.
Esta voluntad de liderazgo –entre castrense y política- constituía una necesidad velada de admiración y refuerzo. Sólo de este modo podemos comprender por qué Escobar fue el primer narco en formar parte de la Cámara de Representantes del Congreso de Colombia. Su camino, por tanto, estaba dirigido a la búsqueda del poder y de la influencia, más allá de los propios beneficios económicos de su negocio clandestino. Pretendía ser amado. Y en esta clave cabe comprender su figura.

El poder, por lo tanto, es el gran elemento que está encima de la mesa en Narcos. La diferencia con las series de política ‘al uso’ (como por ejemplo su compañera en Netflix, House of Cards) radica en lo crudo del asunto. Si House of Cards tiene episodios violentos, en Narcos la violencia es la herramienta principal al servicio del poder. Un poder autoconstituido, impulsado por los beneficios económicos del narcotráfico y con el monopolio de la violencia –o casi- en su ciudad de origen. Narcos muestra cómo el Ejército colombiano tiene verdaderos problemas para combatir territorialmente la organización de Escobar. Las dos causas principales son su cohesión –superior a la del ejército- y su dominio del terreno (y de la población).
Si el hombre es un lobo para el hombre, como afirmaba Thomas Hobbes, muy probablemente el Escobar de Narcos sería el lobo más grande. Justamente lo interesante es conocer bajo qué premisa -y de qué manera- uno se convierte en el lobo más grande.

Maquiavelo definía en su obra más conocida “El Príncipe” las características que, a su parecer, debía tener un gobernante si el objetivo de este es conservar el poder. El escritor florentino afirmaba que es más seguro ser temido que amado, aunque el gobernante necesita contar con la amistad del pueblo. Además, critica la utilización de mercenarios –muy usual en su época- para defender la existencia de ejércitos regulares al servicio del gobernante.

El Patrón podría ser la versión narco del Príncipe que imaginó Maquiavelo. Tal vez a Escobar le faltaba virtù -aptitudes y capacidades para metas mayores- y fortuna –su final es fatal- pero choca observar cómo un narco siguió algunas de las pautas del genial funcionario italiano. Sin duda Escobar fue más temido que amado, pero la complicidad –y la estima- del pueblo fue necesaria para su reinado de terror. Además, dispuso de un ejército propio, donde sus hombres defendían sus intereses ante las interferencias de terceros. La justicia por su cuenta.
Los problemas de Escobar con el poder establecido no derivan solamente de sus actividades delictivas contra la salud o la hacienda pública. El verdadero temor de los gobernantes de Colombia –y de los de Estados Unidos- era la capacidad de predominar sobre la población y el territorio que tenía la organización narcotraficante lideradas por Escobar. Este aspecto, muy presente en la serie de Netflix, convierte la lucha contra la cocaína y el tráfico de drogas en un choque de hegemonías donde todo vale. Solo de este modo se puede entender la caída de Pablo Escobar: todos sus opositores pactaron para destronarlo; para doblegar su gobierno.

Otra serie que habla de poder es Juego de Tronos, poniendo en boca de sus personajes multitud de frases sobre el poder. El carácter de Escobar no encaja especialmente con ninguno de ellos, aunque una frase de Lord Varys (la Araña) sintetiza muy bien al Patrón maquiavélico. “El poder reside donde los hombres creen que reside. Es un truco, una sombra en la pared, y un hombre aunque sea pequeño puede proyectar una sombra muy larga”. Escobar hizo pensar a sus aliados y enemigos que era inmortal, capaz de detentar el poder de manera inquebrantable. Para ello utilizaba, sin dudar, todos los medios a su alcance, por encima de la ética o la moral. Vale todo: engaño, estratagema, violencia, asesinato… Todo para servir a un fin; a una organización: a sí mismo. La ausencia de moral, la capacidad para liderar en solitario o el miedo que despertaba entre aquellos que, además, lo amaban, hacen del narcotraficante una figura compleja. El mantenimiento del poder a toda costa y una concepción brutal del pragmatismo se convirtieron en sus señas de identidad.

Una sola cita de Maquiavelo puede sintetizar el reguero de caos que causó el Patrón. “Cuando se trata de tomar una resolución de la que dependa por entero la salud del estado, nadie debe detenerse en consideraciones sobre lo piadoso o lo cruel, lo que puede ser plausible o ignominioso. Omítase todo esto y tómese resueltamente aquel partido que salve al estado”. Se explica solo.
La tercera temporada de la serie muestra otra cara del poder. Los nuevos amos del negocio no buscan ser amados, ni quieren ascender por la escalera del poder aprovechándose del caos. El cartel de Cali usó un código diferente y otras maneras de proceder; aun dedicándose al mismo objetivo criminal. Tal vez por esta razón el recuerdo de Escobar es aún profundo: porque era un tirano.

 

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