Homer Simpson, líder político
por Victor Solé Ferioli (@sule25)
Nuestra generación ha crecido con Los Simpson. Todos conocemos diálogos míticos de Homer, Marge, Bart, Lisa, y el chupete de Maggie. Los Simpson se acercan a su trigésimo aniversario. Nacidos en 1987 como una tira cómica televisada, hoy forman parte de la cultura popular. Y que siga así durante muchos años más.
Veámoslo con mayor racionalidad y frialdad. En realidad, los Simpson son una familia de clase media americana con deudas, miedos y prejuicios. Homer Simpson, el patriarca, es un adulto de casi cuarenta años, obeso, calvo, vago, machista, que tiende a caer en el alcoholismo. Es un borderline que logró casarse con una líder estudiantil de su instituto, Marjorie Bouvier, quien logra ver su bondad interior. Marge se convierte así en un ama de casa abnegada, una supermamá repleta de preocupaciones domésticas. El primogénito, Bart, es la razón por la que se casaron Homer y Marge. El bebé penalti del matrimonio termina siendo un niño hiperactivo, gamberro y carismático, la antítesis de su hermana Lisa, la verdadera heroína de la serie: superdotada, con curiosidades sociopolíticas avanzadas, un halo de esperanza para todos. Tenemos al bebé del chupete, Maggie, una criatura tierna y entrañable que de vez en cuando saca su lado rebelde, siempre y cuando tenga un arma cerca. Completan la familia el abuelo Abraham, Abe, un zopenco de ideas políticas rancias, casi como su hijo Homer, al que maltrató después de que le abandonase su esposa Mona. Y finalmente están las hermanas de Marge, Patty y Selma, la primera lesbiana, la segunda un fracaso amoroso, ambas tabaquistas redomadas y funcionarias odiosas. Sí, la radiografía fría y racional de la familia amarilla deja muchas sorpresas, nos presenta un drama humano convertido en sátira, en parodia, de la sociedad americana y, ¿por qué no decirlo?, de la civilización occidental.
En 2009, William Irwin, Mark T. Conard y Acon J. Skoble escribieron Los Simpson y la filosofía, editado en España por Blacke Books. En el capítulo primero, el filósofo Raja Halwani analiza el carácter del paterfamilias, Homer Simpson, quien lo pone ante el espejo aristotélico de la Ética Nicomáquea, donde el filósofo clásico griego elabora una caracterización lógica de los distintos caracteres humanos, desde el virtuoso al vicioso pasando por el moderado y el intemperante. Homer es un ser humano completo pasado por el filtro del espejo convexo de la sátira y posee, como no, una innegable capacidad política.
La política es una constante en los Simpson. Todos ellos viven un sinfín de aventuras y peripecias políticas, como protagonistas o como personajes secundarios. Aunque quien se lleva la palma es Homer, el patriarca. En este artículo repasaremos dos episodios políticos fundamentales de The Simpsons, ambos capítulos aparecidos en la década de 1990.
Homer sindicalista
¿Cuántas veces hemos recordado aquel racionamiento de Homer en el que recuerda la voz de su colega Lenny sobre el seguro dental y la voz de Marge recordándole que Lisa necesita un aparato para los dientes? “Seguro dental, Lisa necesita un aparato…” y así sucesivamente. El malvado Señor Burns, el amo de Homer y empresario sin escrúpulos, ha decidido no gastar en seguros dentales para sus empleados, justo cuando a Lisa Simpson le van a poner un aparato. El episodio, titulado en España como Última salida a Springfield, es el decimoséptimo de la cuarta temporada, aparecido en 1993.
El lento racionamiento de Homer lo lleva a alarmar a sus colegas de trabajo. Desde su egoísmo, Homer los organiza y los convierte en un piquete contra el jefe. ¿Su objetivo? No tener que sufragar los gastos del aparato de Lisa, quien aparece como el daño colateral, la última víctima, de la decisión de Burns. Fijémonos bien en qué mueve a Homer: su egoísmo generoso para con su familia. En el momento en que le tocan un derecho fundamental, como el derecho a una sanidad de calidad, se da cuenta de que debe crear una red sindical interna.
Homer se convierte así en el constructor de una red para el capital social. Tiene un objetivo (recuperar el seguro dental), y unos medios (organizar a sus correligionarios), además de una razón, su hija. Esta es la que nos regala una de las mejores escenas políticas de la serie, la canción en la que canta:
Venid aquí chicos, que os quiero yo hablar
del gran héroe Homer y el malvado Burns.
Lucha hasta la muerte,
reivindica el destino,
si lo dejas a la suerte
puedes darte por vencido.
Nos manifestaremos como hicimos ayer,
la fábrica es suya pero nuestro el poder.
Lisa es la única portadora de lo que Robert Putnam, máximo estudioso del capital social, de la fuerza de la sociedad civil, denominó civic virtue, virtud cívica. Tomando prestado el vocablo maquiaveliano de la virtud, cuya raíz proviene de la palabra latina virtus –que era un sinónimo de talento–, Putnam explica que la virtud cívica es tanto individual como colectiva, se retroalimenta y complementa el individuo una vez éste haya ingresado en una organización sin ánimo de lucro con fines para con su sociedad. Aun sabiendo que Homer tiende más al familismo amoral, la antítesis de la virtud cívica, Lisa lo guía, sin saberlo, hacia el reverso luminoso de la fuerza social, ganando la batalla contra el Señor Burns, recuperando el seguro dental. La virtud cívica de Lisa se impregna en las pocas neuronas de su padre, el cual también posee un poder de atracción relevante, como veremos en el siguiente apartado. El Homer virtuoso aparece cuando se le aparece, en carne y hueso o en forma de recuerdos morales, su mejor producto, Lisa, la cual es, al mismo tiempo, la filósofa que guía a su familia.
Homer basurero
Un día Homer Simpson aparece ante la estatua del mito fundacional de Springfield y clama: “¿Es que eso no puede hacerlo otro?” Es el episodio titulado Residuos titánicos, aparecido en 1998 y de la novena temporada de la serie, y relata la capacidad política de Homer Simpson.
Todos recordamos este capítulo: Homer se enzarza en una discusión con la contrata de basuras, la cual deja de recogérsela, convirtiendo su casa en un vertedero. Orgulloso y testarudo, huye hacia adelante y se convierte en un líder populista que se bate electoralmente contra el concejal Ray Patterson, un eficiente técnico que termina por perder el cargo ante la furia populista de su rival.
“¿Es que eso no puede hacerlo otro?”, se pregunta el paterfamilias. Sus armas son facilonas y recurrentes en todo movimiento o campaña populistas: la denuncia del poder del momento, los sentimientos o voluntades más primarias –en este caso, la vagancia, la pereza–, las dudas, la rabia. Homer es un populista exquisito y perfecto: cuando Lenny y Carl le preguntan qué hará cuándo gane, si gana, él les espeta “¡Vótame y lo verás!” Su lema de campaña es una simple y rotunda queja, la cual aparece otra vez desde su egoísmo. Se convierte en jefe de la basura de Springfield solo para paliar su propio problema, sin más objetivos que convertir el servicio público de la recogida de los desechos en un servicio para privilegiados.
En este episodio, Homer termina por destruir el pueblo entero, obligándolo a cambiar de solar. Es un fin muy triste para Springfield: el populismo deja un reguero de basura, un desierto de residuos y desolación. Es una moraleja muy dura y punzante. Un sistema democrático puede presentar algunas fallas, como el americano, en el que prácticamente todos los cargos pasan por elección directa de la ciudadanía. Su participación es harina de otro costal (en los EEUU una persona se debe registrar antes de poder ejercer su derecho a voto). ¿Cuántas veces hemos votado en Europa para elegir al técnico de la gestión de residuos? En Europa, en Catalunya, tendimos a votar para muchos cargos, sin llegar al extremo americano. Ambas sociedades, sin embargo, no están exentas de las erupciones populistas. Ahí están Donald Trump, el brexismo, la creciente xenofobia… En el episodio que nos ocupa, Homer encuentra también un chivo expiatorio para denunciar el sistema imperfecto: la contrata de basuras. ¿Por qué no puede recogerlo absolutamente todo? Porque sería demasiado caro. Sus caracteres intemperante y vicioso aparecen en todo momento, esta vez no reciben los rayos del sol virtuoso de Lisa, quien no consigue persuadir a su padre de que el lío se le está yendo de las manos. Si en el apartado anterior vemos al Homer bueno, en este apartado vemos al Homer que siembra la desgracia colectiva.
Homer politikon
Homer Simpson es un esperpento político exquisito. La política no termina en él: vemos al alcalde de Springfield, el demócrata corrupto Joe Quimby; vemos de vez en cuando los cuarteles del Partido Republicano, un castillo de monstruos en el que se citan el Señor Burns, el conde Drácula, un cowboy, el Doctor Hibbert, o el payaso Krusty; Lisa Simpson se convertirá en presidenta de los USA después de Trump; Homer entabla una enemistad absurda con el ex presidente George H. W. Bush; la deportación de inmigrantes con la Proposición 8, verdugo de Apu… Tenemos muchos ejemplos políticos en una de las mejores sátiras modernas. Y terminamos con una divertida idea de la serie: ¿un presidente republicano gay en 2084? “Somos realistas”, dice uno de los miembros del lobby gay del partido del elefante. Los Simpson no dejan de sorprendernos.