“Ballotage” en Ecuador: Lenín Moreno versus Guillermo Lasso
por Oriol Leal
Después de que el oficialismo se quedara a tan sólo unas décimas de lograr la presidencia en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, parlamentarias, y al Parlamento Andino en la República del Ecuador, celebradas el domingo 19 de febrero de 2017, los dos binomios presidenciales iniciaron el pasado viernes 10 de marzo la campaña electoral para la segunda vuelta, conocida en Ecuador como ballotage, cuyo día de votación será el próximo domingo 2 de abril de 2017.
Sin demasiada presencia en los medios de comunicación y tertulias políticas en Europa, estas elecciones presidenciales han ido ganando terreno paulatinamente en debates y artículos internacionales, donde se perciben como un acontecimiento de carácter transcendental a nivel regional. Más allá de si estas percepciones son ciertas o exageradas, diversos analistas coinciden en que determinarán si se confirma el retroceso del modelo progresista en Latinoamérica –por este modelo me refiero al movimiento político que nace tras la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1999, y que incluye movimientos políticos heterodoxos en la mayoría del continente, con el nexo común de colocar a las clases populares y la independencia latinoamericana respecto de los Estados Unidos de América en el centro del tablero político– o si, por el contrario, se consolida, añadiéndose a las victorias de Tabaré Vázquez en Uruguay y Daniel Ortega en Nicaragua.
Tras las derrotas electorales de 2015 y 2016 del kirchnerismo en Argentina, el chavismo en las elecciones parlamentarias de Venezuela, la destitución vía impeachment de la presidenta brasileña Dilma Rousseff, o el voto en contra en el referéndum en Bolivia para permitir la reelección del presidente Evo Morales, una derrota en Ecuador del movimiento iniciado por el actual presidente Rafael Correa representaría un duro golpe a nivel político y anímico para el modelo progresista latinoamericano, y un importante impulso para el modelo de restauración neoliberal en América Latina –con este nombre denomino al movimiento político que se inicia con la victoria de Mauricio Macri en Argentina en 2015 y que tiene como objetivos el liberalismo económico, el acercamiento a los Estados Unidos de América y el desarme o disminución de la influencia de todas aquellas organizaciones y/o mecanismos, tanto a nivel interno como regional, creados bajo mandato del modelo progresista–. Por el contrario, una derrota de la oposición ecuatoriana significaría un balón de oxígeno para los sectores progresistas de América Latina, revertería la tendencia negativa y sería un punto de apoyo desde donde iniciar, con más confianza, las importantes citas electorales que tendrán lugar en los próximos años. De lo anterior se deduce que, más allá de la importancia estratégica del Ecuador a nivel regional, que es poca, lo que está en juego son sensaciones: el modelo que gane en Ecuador podrá ofrecer al imaginario colectivo latinoamericano su propia victoria como la derrota del contrario, realimentará su propia moral, y determinará en gran medida las dinámicas políticas y electorales del continente.
Analizando los resultados de la primera vuelta electoral de domingo 19 de febrero de 2017, el oficialismo obtuvo una clara victoria. El binomio presidencial consiguió una diferencia de más de un millón de votos respecto del segundo candidato y quedó a unos 60.000 votos de proclamarse ganador en primera vuelta. Para ello necesitaba el 50% o más de los votos, o llegar al 40% de los votos y tener una ventaja sobre el segundo candidato de más de 10 puntos porcentuales. El candidato oficialista a presidente, Lenín Moreno, obtuvo el 39,36% de los votos con una diferencia de más de 11 puntos respecto del segundo candidato. En las elecciones parlamentarias, el partido del gobierno, Alianza País, aun perdiendo diputados revalidó su mayoría absoluta. Aunque no logró la mayoría cualificada, también ganó las elecciones para el Parlamento Andino.
Coincidiendo con las elecciones, se celebró una consulta popular para prohibir a los servidores públicos tener bienes o capitales en paraísos fiscales, donde el sí obtuvo algo más del 55% de los votos, siendo un importante triunfo personal del actual presidente Rafael Correa, ya que el referéndum se planteó por la oposición como un plebiscito al gobierno. La victoria fue obviada por la oposición, pero muy resaltada por el propio presidente, que la considera una ley ética intachable y necesaria para la dignificación de la política, llegando incluso a pronosticar que en los próximos años será adoptada por más países. Aun con esta múltiple victoria, el hecho de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) tardase más de una semana en confirmar la necesidad de ir a una segunda ronda, debido a lo ajustado de los resultados pero siguiendo los procedimiento establecidos por la ley electoral, provocó que la oposición en un primer momento denunciase un intento de fraude electoral y movilizase a sus partidarios frente a las sedes del CNE. Posteriormente, una vez confirmada la necesidad del ballotage, ante la perplejidad y parálisis del oficialismo, se apropiaron de una victoria que no era tal, manejaron el discurso de la victoria con mucha eficacia durante los primeros días. El oficialismo, que esperaba la victoria en primera vuelta, quedó descolocado al no conseguir su objetivo, pero con el pasar de los días construyó un discurso alrededor de su múltiple victoria, e inició la precampaña electoral rápidamente y con mucha más energía que la oposición.
El ballotage de domingo 2 de febrero de 2017 enfrentará a dos binomios presidenciales que representan modelos completamente antagónicos en lo social, en lo político y en lo económico. Por una parte, Lenín Moreno y Jorge Glas, del oficialista Alianza País, se centran en las clases populares, en los agricultores y en los pequeños empresarios, ofrecen continuismo en las políticas sociales y de infraestructuras, y un diálogo abierto a toda la sociedad, poniendo en un lugar más preponderante la búsqueda de entendimientos y acuerdos que su antecesor Rafael Correa.
Lenín Moreno fue vicepresidente en el gobierno de Rafael Correa desde 2007 hasta 2013. Afectado por una discapacidad debido a un disparo recibido durante un atraco, se mueve en silla de ruedas. Su vicepresidencia se distinguió, entre otras cosas, por la defensa de los derechos de los discapacitados: fundó la Misión Solidaria Manuela Espejo, que es una buena muestra de ello. Los datos de los últimos diez años atestiguan los espectaculares avances de Ecuador en esta materia, el número de personas discapacitadas que trabajan pasaron de apenas 1.000 a más de 80.000, y el número de pensiones por discapacidad de 5.000 a más de 125.000.
Por su parte, el binomio opositor formado por Guillermo Lasso y Andrés Paez, del movimiento político Creo Suma, alza la bandera del cambio como gran eslogan de campaña, acusan al gobierno de corrupción masiva, especialmente por el caso Odebrecht, que está salpicando a toda Latinoamérica con las acusaciones de sobornos a multitud de políticos en el continente para obtener sucosas concesiones en obras públicas para el gigante de la construcción brasileño. Acusan al actual vicepresidente y candidato a reelección Jorge Glas de participar en estas redes corruptas, y al presidente Rafael Correa de proteger a los corruptos. También acusan al gobierno de prácticas autoritarias, alertan de la fragilidad democrática y de cómo, según ellos, el país está en proceso de venezolanización. Se centran en la transversalidad del concepto “cambio” para atraer votantes de clases populares y, a sus críticas al gobierno, se suman propuestas como la creación de un millón de empleos en cuatro años gracias a la liberalización de la economía.
Guillermo Lasso es el actual presidente ejecutivo del Banco de Guayaquil y uno de sus principales accionistas. Fue Superministro de Economía y Energía durante unos meses en 1999 bajo la presidencia de Jamil Mahuad, periodo durante el que se producía el denominado “Feriado Bancario”, que es como se conoce la crisis financiera que, entre otras consecuencias, significó la expulsión de más de un millón de ecuatorianos al exterior, la dolarización de la economía, o la aplicación de enormes recortes sociales. Y que, como no se cansa de repetir el oficialismo, socializó el desastre pero protegió a los banqueros. La aparición de Venezuela en campaña no ha pasado inadvertida para el oficialismo, que automáticamente puso a Argentina como ejemplo del cambio que propugna la oposición: liberalización económica, disminución de los empleados públicos, privatizaciones; recortes, y subidas generalizadas en las tarifas de los servicios básicos.
Más allá de la confrontación ideológica con implicaciones regionales, hay otras dinámicas a tener en cuenta de cara a la segunda vuelta del domingo 2 de abril. Por ejemplo, las alianzas políticas y con movimientos sociales o la gestión del voto indígena. El candidato Lenín Moreno deberá transmitir un perfil más dialogante y menos ideológico y agresivo que su antecesor para acercarse a sectores de clase media y de la izquierda que se han ido alejando del actual presidente. El oficialismo perdió muchos votos en la región central. Sin duda los proyectos de mega minería no favorecieron la lealtad de los pueblos originarios, y por eso el voto indígena se ha convertido en algo central para la oposición, que los necesita si quiere ganar y además aprovecha este factor para desgastar a la candidatura oficial.
El modelo desarrollista impulsado por el gobierno ha desencantado a sectores de izquierda. En cuanto a las clases medias, intentarán deconstruir el mensaje de la oposición según el cual la presión fiscal es asfixiante, desmintiendo tal extremo comparándolo con otros países, y demostrando que para tener buenos servicios sociales e infraestructuras dignas debe haber un sistema impositivo progresivo. Al mismo tiempo se intentará rebajar la tensión ideológica vivida en los últimos años en el país. Si Lenín Moreno es el próximo presidente, deberá lidiar con estos factores para recuperar el caudal electoral perdido por la Revolución Ciudadana.
En esta segunda vuelta también cabe destacar el peso del actual presidente Rafael Correa, implicado de lleno en la campaña, recordando todos los avances y logros de la llamada Revolución Ciudadana, concepto nacido al amparo del Socialismo del Siglo XXI, y que propugna un progresismo acompañado fuertemente por la ciudadanía, con el objetivo de hacer de Ecuador un país donde se pueda vivir en condiciones decentes, el denominado Sumak Kawsay, palabra quechua traducida como el Buen Vivir. El actual presidente denomina a su periodo de gobierno la “Década Ganada”, por la estabilidad política y económica en el país, y por todos los avances logrados en los últimos 10 años: entre otros la reducción de la pobreza en un 6%, los casi dos millones menos de gente en la miseria, el más de un millón más de estudiantes, el aumento de la clase media, la construcción de todo tipo de infraestructuras, el aumento de las energías renovables, o la espectacular inversión en educación –se construyeron escuelas y universidades y se puso la I+D en primer plano, además de incrementar las becas para estudiar en el exterior (en el tramo de 1995 al 2006 apenas se dieron 230, mientras que en el periodo comprendido entre 2007 a 2015 las pudieron disfrutar más de 14.000 estudiantes)–. Por todo lo anterior, Correa tampoco se cansa de repetir lo importante que es no olvidar, tener memoria histórica. El actual presidente ha llegado a reconocer que quizás es el momento de un candidato como Lenín Moreno, de un talante más dialogante, para abrir otra etapa en Ecuador, diferente a cuando él asumió la presidencia de un país caótico e inestable. Una etapa con más acuerdos con fuerzas de la oposición y con nuevas ideas que alimenten la Revolución Ciudadana.
Como Correa ha defendido, la revolución debe ser cambio permanente. Se espera que la figura de Rafael Correa, con una popularidad muy alta después de diez años de gobierno, lejos de decaer, brille más a medida que se acerque la fecha electoral. Está por ver, sin embargo, el efecto que tenga sobre el resultado.
Por su parte el candidato opositor Guillermo Lasso necesita ganar votos en la región costera si quiere tener alguna posibilidad de victoria. Deberá además ganarse los votos que le “regalaron” el segundo y tercer candidatos más votados en las elecciones, ya que la volatilidad del voto no garantiza su trasvase automático hacía el candidato opositor. Para ello cuenta con el poderoso conglomerado de medios de comunicación privados del país, pero aun con su apoyo necesitará hacer una campaña cercana, en los barrios populares y en las zonas rurales. Si no logra esa conexión le será muy difícil ganar. Sectores integrados en el bloque opositor han llegado a convertir estas elecciones en un plebiscito entre democracia versus dictadura. Diferentes líderes indígenas y de extrema izquierda han dado su apoyo a Guillermo Lasso confesando que es mejor un banquero que una dictadura. Está por ver si las bases de izquierda e indígenas acatarán estos llamados un tanto contradictorios.
Después de las acusaciones de fraude por parte de la oposición en la primera vuelta, que se saldaron finalmente con la sorprendente no presentación de ninguna denuncia ante el organismo competente, es importante que los dos candidatos respeten la decisión de los ecuatorianos expresada en las urnas y verificada por el organismo competente, el CNE, con la supervisión de una misión especializada de UNASUR encabezada por el expresidente uruguayo José “Pepe” Mújica. Unos resultados ajustados no deberían degenerar en una situación de crisis y tensión que no necesita un país como Ecuador, que todavía está rehaciéndose de las secuelas del terrible terremoto del año pasado, o de la bajada del precio del petróleo, hechos que hicieron entrar a la economía ecuatoriana en recesión. Por tanto, sea cual sea el resultado, la responsabilidad tanto del vencedor como del vencido será gestionar su resultado de manera razonable, con miras más altas que las del propio interés político.
Los analistas coinciden en que la campaña para la primera vuelta fue de bajo nivel político, primaron los ataques indiscriminados por encima de propuestas reales y elaboradas, no hubo espacio para el debate sano y sí para acusaciones infundadas: una campaña para olvidar. Veremos si en la recta final de la campaña para el ballotage el debate se centra en los retos que tiene por delante Ecuador, más que en grandes eslóganes vacíos. La posverdad y la repetición son cada vez elementos más habituales en las campañas electorales en el mundo entero, y Ecuador por desgracia no ha sido una excepción. Los debates que interesan al pueblo ecuatoriano –cómo afrontar los problemas derivados de la crisis del precio del petróleo, la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto, la lucha efectiva y no partidista contra la corrupción, las relaciones comerciales con el exterior, los tratados de libre comercio versus los tratados comerciales, la especialización, competitividad y diversificación productiva, el tema indígena, los derechos de las mujeres, la mega minería y desarrollismo productivo, el mantenimiento y mejora de los servicios públicos básicos, la relación con los migrantes, los medios de comunicación, o la estabilidad democrática del país– deberían ser parte de los temas a debatir abiertamente, pero a estas alturas parece difícil que el debate político gane calidad.
Para finalizar me gustaría recordar el efecto que estas elecciones pueden tener a nivel regional. Como ya he comentado, no hay duda de que una victoria de la oposición sería un golpe para el modelo progresista en Latinoamérica y para las organizaciones creadas a su amparo, como la CELAC o UNASUR, que podrían quedar huérfanas de referentes políticos de peso, más allá de Nicolás Maduro, con graves problemas internos, o de Evo Morales, más preocupado en su reelección. Dependiendo del resultado de estas elecciones, se verán de forma distinta los resultados en el intenso calendario electoral latinoamericano que viene: primero será Chile en noviembre de este año, después un espectacular 2018 donde se elegirá presidente en Colombia, México, Brasil y Venezuela, y finalmente en 2019 será el turno de Evo Morales en Bolivia. No obstante analizar todas estas elecciones es otra cuestión, y de momento nos centraremos en lo que nos depare el próximo domingo 2 de abril.